Oremos
En esta página web, donde hay un espacio importante para la oración, quiero compartir mi experiencia de diálogo con el Señor, con ustedes. Es mi propia búsqueda de Dios, esos encuentros escritos como conversación, desde Él y con Él, que desafían el misterio de su presencia en nosotros.
Iré compartiendo mi mirada, que ente Dios, la Virgen o los santos, quiere llenarse de sentido, de respuestas o de pura confianza, ante lo que no termino de entender. En esta sección de Oración, habrá dos partes; 1) Orando con nuestro párroco y 2) Orando con la Iglesia. Que el Señor nos bendiga.
José Miguel Rodríguez Armas
Orando con nuestro párroco.
Para vivir con
alegría tu Evangelio.
Como oración cotidiana ante el corazón de Dios.
Jesús, Hijo de Dios y hermano nuestro,
abre mi duro corazón a tu Palabra,
que estén mis oídos siempre atentos a tu llamada,
renuévame para que renazca a ti constantemente,
haz que no se aparten mis pasos de tus huellas
y mis manos echen las redes sólo en tu nombre.
Te ofrezco, Señor, mis debilidades y flaquezas,
que ellas no dañen ni anulen la fe de otros en ti
y que tu Espíritu aliente y reavive el sentido de mi vida;
lléname de tu misericordia y acógeme en tu perdón,
vigoriza la semilla de tu amor en mis comportamientos
y acrecienta de sencillez y humildad toda mi existencia.
Delante de ti, Señor, me presento y te busco,
renuevo la amistad contigo y mis deseos de seguirte,
dame valor y tesón para vivir con alegría tu Evangelio,
fortalece a tu Iglesia en el servicio a los necesitados,
alienta el caminar de los que se entregan a los demás
y que mis ojos se abran al regalo liberador de tu cruz. Amén.
María de Nazaret, rostro femenino de Dios.
María de Nazaret, rostro femenino de Dios,
mujer de cotidianidad y pueblo, elegida del Señor,
referencia de nuestros dolores, súplicas y soledades,
caminante en el silencio, la esperanza, la búsqueda,
y ese sí confiado en tu Hijo, que es Evangelio de Dios.
Te llamo, te hablo, comparto, te rezo,
me uno a toda la Iglesia que reconoce en ti,
una presencia cotidiana del misterio de Dios,
y te hace portadora ante Él de nuestras miradas,
de lo que no sabemos aceptar de nosotros y de Dios.
Virgen María, que así te reconocemos,
Madre de Dios y nuestra, o lo que para mí es lo mismo:
expresión femenina de la acción salvadora de Dios,
presencia real entre nosotros por medio de ti,
de su paso comprometido por nuestra liberación.
Apenas sabemos de ti y de tu Hijo,
como tú apenas sabías de Dios y te fiaste,
porque así es su misterio y nuestra fe: nada es evidente
y, sin embargo, todo es confianza ante su llamada;
fortaléceme por ello, en el sí a tu Hijo y Señor.
María de Nazaret, espejo humilde de Dios,
traicionada tantas veces por nuestras idolatrías
y manipulaciones interesadas, del rostro distinto de Dios en ti,
el que llega, llama y acoge desde lo imprevisible:
que afronte la vida con un corazón de misericordia y sencillez.
Corazón de la tarea pastoral.
(A esas personas, que, con su vida y generosidad, hacen Iglesia, hacen parroquia y comunidad)
Iglesia familiar, cercana, repleta de cotidianidades,
rincones de miradas llenas de historias de amor y renuncias,
sabores de apoyo, complicidades,
confianza en tu presencia, Señor,
testimonios de generosidad, alegrías compartidas y ternura.
Te alabo en cada una de estas personas,
en su cercanía y entrega,
en tantos esfuerzos por sentirse cerca de ti y animar tu Iglesia,
en esos ingentes pequeños detalles para buscarse, animarse,
sentirse parte de tu proyecto y vivir según tu Evangelio.
Mi gratitud, Señor, por ponerlos en mi camino,
testimonios de tu presencia eclesial,
frescura comunitaria para celebrar como en Emaús,
tu caminar de peregrino en medio de tu pueblo,
núcleo y grupo comunitario, corazón de la tarea pastoral,
que llenan de familiaridad, cercanía, fe compartida,
humor, reuniones, celebraciones, trabajo, oración...
la vida de la parroquia, su dinamismo y compromiso.
Iglesia familiar, cercana, repleta de cotidianidades...
te alabo, Señor, en cada una de estas personas.
El leproso eres tú, Señor.
Se te acercó un leproso, pidiendo ser curado,
y en verdad, fuiste tú el que te acercaste a él,
al que, de forma sorprendente, tocaste su piel,
quedando liberado de esa enfermedad mortal.
La Ley judía obligaba a excluir y separar,
a rechazar a los leprosos de la comunidad,
a desterrarlos en cuevas y barrancos,
avisando con gritos y campanillas su cercanía.
¡Cómo hemos cambiado, Señor!
Eres tú al que expulsamos de nuestra vida,
de nuestra comunidad, como a un leproso,
como alguien que nos estorba y molesta.
El olvido y la indiferencia, el rechazo,
y hasta la burla a los que en ti creemos,
suelen ser las prácticas cotidianas,
de la relación con Dios y lo que Él significa.
Y tú te acercas, te nos pones de rodillas,
nos hablas con ternura, paciencia y acogida,
y pides, nos ruegas, que te dejemos entrar,
que te hagamos hueco en nuestra vida.
Nuestra manera
de ser Iglesia.
En el camino, con tantos creyentes que me hacen y me ayudan a sentirme creyente.
Hago memoria pastoral de hechos y acontecimientos,
desde esquemas, resúmenes, ponencias, celebraciones,
actas, propuestas, agendas, folletos, programas...
que conlleva memoria, lectura, clasificación, escritura,
recuerdos, esfuerzos de síntesis pedagógica y entendible...
y en todas y cada una de esas facetas, detalles,
historia comunitaria de búsquedas y encuentros, anhelos,
esperanzas, fallos y decepciones, celebraciones, propuestas...
apareces tú, Señor, tu Evangelio, nuestra manera de ser Iglesia,
nuestros caminos y sendas de construir Iglesia, a veces pararla,
pero siempre queriendo aprender desde ti a pesar de cegueras,
de ser luces apagadas, sal insípida y oídos que no oyen,
en nuestras conductas y comportamientos, tantas veces tibios.
Es Iglesia que quiere remar mar adentro en nuestra historia,
sintiendo en muchos momentos las tormentas de la vida,
las tempestades interiores y también comunitarias
que sacuden, desorientan, desaniman o confunden,
los esfuerzos de la tarea, la labor generosa de la travesía,
ese trajín continuo de afrontar los vientos y las olas,
sabiéndote con nosotros, pero dormido en nuestros corazones,
con nosotros, pero intentando orientar la barca y nuestras vidas,
sin tenerte confiadamente en nosotros, sin fiarnos del todo de ti,
dormido en el recuerdo, en oídos que no oyen y ojos que no ven,
hasta que hacemos memoria en el corazón y desde él,
escuchamos tu Palabra, te invitamos a quedarte en nosotros,
sentimos arder nuestro corazón aún en las adversidades,
te reconocemos al compartir el pan, en los dolores y alegrías,
nos sabemos felices en la generosidad, el perdón y la acogida,
y en tu nombre, y solo en tu nombre, contigo y a nuestro lado,
caminamos sobre las aguas sabiéndonos seguros en ti, Señor.
Señor, que como San Pablo podamos decir con humilde fe:
"Sepan esto, hermanos: el evangelio que yo anuncio
no es una idea humana".[1]
Que nunca antepongamos nuestros criterios y particularismos,
nuestras visiones estrechas, y en ocasiones, cómodas e interesadas
a tu Evangelio, a tu Palabra, a tu presencia resucitada, Señor,
a tu llamada a poner la mano en el arado y no mirar para atrás.
Gracias, Señor, por confiar en mí pese a mi mismo,
por darme la oportunidad y llamarme a trabajar en tu viña,
por saberme necesitado de ti y de tu Espíritu,
por ir viviendo felizmente lo que otros también han sentido:
"Dios me escogió desde antes de nacer,
y por su mucho amor me llamó.
Cuando quiso, me hizo conocer a su Hijo,
para que yo anunciara su Evangelio".[2]
[1] Gl 1,11
[2] Gl 1,15-16b
Oración a San Nicolás.
San Nicolás bendito, en Tolentino naciste,
y como un aldeano más, en la Aldea te has quedado;
santo amado de Dios y de tu pueblo,
vengo junto a ti, a buscar tu auxilio y amparo.
Conoces mis problemas y los de la familia,
sabes de los apuros y dificultades del pueblo,
vivimos en el mundo tiempos convulsos,
y necesitamos de tu ayuda y protección.
Acepta mi oración y las plegarias de la gente,
ayúdanos a conocer mejor a Dios,
te rogamos por todos los difuntos,
y que vivamos con alegría, el Evangelio del Señor.
Amigo especial de Dios.
Oración a San José
San José, misterio de humana generosidad,
tu silencio es un diálogo de Dios con nosotros,
otra manera de abrirnos al don original del amor,
una invitación a descubrirnos queridos por el Señor.
Amigo especial de Dios, sabiduría del silencio,
que nos haces mirar al sueño con devoto sentir,
porque ahí, también nos habla, el Señor, como a ti,
si como tú, nuestro ser se deja empapar de Dios.
Hombre justo, lleno de firmeza, humor y alegría,
reflejados en tu hijo Jesús, buen fruto de tu corazón,
espejo de tu caminar con él, de la ternura de Dios,
y la cercanía maternal de tu esposa y madre de Jesús.
Me acerco, bendito San José, a tu presencia,
a tu gloriosa humanidad, a tu santa protección,
para que yo aprenda y aprendamos, a seguir a Jesús,
a no defraudarle y ser fieles al don de su llamada.
Ante ti, Señor.
Me presento ante ti, Señor,
sabiendo que me conoces mejor que yo
y aunque te necesito, apenas sé hablarte:
ayúdame a superar mis problemas y ataduras.
Dame, mi Dios, fortaleza y valentía,
para que mis debilidades no me venzan
y con la cercanía de tu ayuda,
sepa yo tomar mi cruz y unirla a la tuya. Amén.
Ante el Cristo de la Aldea
Es una bella imagen, con el Señor aún vivo en la cruz y mirando al cielo.
Entre el Nublo y el Teide
te elevas árbol de la cruz desde la Aldea,
llevando como fruto, a Cristo Jesús crucificado,
mirando a Dios y hablándole de nosotros.
Cargas, Señor, con todas nuestras penas y dolores
y con infinita ternura, te nos regalas como rostro de Dios,
sí, amor de Dios con brazos abiertos de acogida y perdón,
para que, diciéndote sí, yo te dé, Señor, mi corazón.
Bendito y glorioso San José
(En su Año Jubilar)
Bendito San José,
a ti acudimos con nuestras debilidades,
poniendo en tu corazón, nuestros miedos,
la protección de la familia, el amparo del pueblo.
Nos acogemos a tu serena mirada,
y alejes del mundo toda pandemia,
todo dolor y miseria que nos destroza,
y des fuerza a quienes luchan contra este mal.
Glorioso San José,
custodio de Jesús y de María, protégenos,
ayúdanos a cambiar nuestro egoísmo,
por la fuerza responsable y generosa del amor.
Oración a San Nicolás en
tiempos de pandemia.
Bendito San Nicolás de Tolentino,
tú, de nosotros, esperas lo mejor
y por ello, que nos quitemos las máscaras:
del egoísmo desafiante,
de los caprichos altaneros,
de los desafíos sin sentido,
de las vanidades que nos anulan,
de la maldad que nos empobrece,
de ese aburrimiento interior,
que ahoga la alegría del alma...
Nos invitas a que llevemos en el rostro,
la humilde mascarilla
que anule el mal del virus,
que respete la salud de los que nos rodean,
que transparente la sonrisa de la acogida;
que nos haga cercanos,
aún en la distancia que debemos tener.
San Nicolás bendito, escucha nuestra oración.
Bendice, Señor, nuestro
pueblo
Bendice, Señor, nuestro pueblo,
nuestras familias,
nuestra gente.
Ilumina nuestra vida,
y guíanos por caminos de paz
y senderos de respeto mutuo.
Que aprendamos, Señor, a conocer tu Evangelio,
a comprometernos por una sociedad mejor,
y vivir con alegría el valor de la comunidad. Amén
En medio del pueblo, que me has confiado.
El silencio, el tiempo y la quietud, envuelven mi espíritu,
no sé por qué, viendo el mundo y la dura realidad de la gente;
pero en este misterio de lo que somos y por qué somos así,
yo te alabo mi Dios, te agradezco intensamente tanta vida en ti.
Torpe muchas veces, ingenuo, acomodaticio, agudo en momentos,
no sabría nada de mí, sin ti, Señor, Dios mío, horizonte siempre de mi vida,
explicación, sin comprenderte del todo, de mi recorrido en esta historia,
de los pasos que voy dando en medio de tu pueblo, que me has confiado.
Me envías en medio de esta gente, como sembrador y pastor
y esperas los frutos, los primeros, los propios míos: mi total entrega;
luego que acompañe como tú, a la gente que pones en mis manos,
y les hable de ti con mi testimonio, con mi alma henchida de tu gracia.
¿Qué te digo ahora, Señor? Que sepa estar a tu lado, pegado a ti,
teniendo el oído atento y el corazón dispuesto, para darte a conocer,
para vivir exclusivamente de tu Palabra y en tu Palabra,
y en el herido corazón humano, que plante tu Cruz, semilla de vida.
Una parte de Evangelio, va dejando esta vida.
Experiencia ante la visita a una enferma, en la Pastoral de la Salud.
- Me muero, sé que me estoy muriendo, Señor,
y te pido perdón de todas mis faltas y pecados.
Sé que cada día le recibo en la Comunión y la oración,
pero perdóname, dame la bendición de Dios.
- Le miro y me mira en profundidad
con su alma serena sabiendo que se está marchando,
agradeciendo presencia, perdón y Comunión,
queriendo que llegue la hora para dejar de sufrir.
- ¡Todo se ha ido tan fugaz, tan rápida la vida!
mis hijos y nietos, mi familia pasan por mi corazón,
también tú, Dios y sentido de mi vida,
en tu Iglesia he aprendido a creer y ser feliz.
- Toda su existencia en ese rostro sereno y mirada de adiós;
le pido que ruegue junto a ti, Señor, por nosotros, por mí.
Una parte viva del Evangelio va dejando esta vida,
me despido en silencio, viviendo la misma fe: este es el Cordero de Dios...
- "Señor, yo no soy digna de que entres en mi casa... Padrenuestro..."
Es mucho esta agonía, ruegue por mí; Señor, perdóname,
sé que la vida es así y he sido dichosa en ella,
pero todo es tan extraño en esta hora y tanto sufrir.
- El duro misterio de la vida y la muerte una vez más ante mí,
tu presencia, Señor, en lo pequeño, humilde y cotidiano,
en lo valioso de cada persona, única y siempre especial ante ti.
Se va marchando a tu encuentro y yo la miro con el corazón y callo.
Rumbo a la isla de Lampedusa.
A las personas migrante de ayer, hoy y mañana.
Titiriteo de frío, mucho frío, miedo, preguntas y soledad;
la barcaza navega en la noche cargada de libertades soñadas
y olas que nos traspasan el alma, gritos, vómitos, miradas y dolor.
Fugaces imágenes de mamá, mis hermanos, la choza y papá,
el calor de la tierra, el cuenco de leche, las acacias, mi bella Miriam,
las fatigas y el hambre del camino hasta la orilla del mar;
el desprecio, los ahorros me los roban en un billete de esclavos,
el corazón palpitante de sueños, anhelos y esperanzas
y hacernos con prisas y urgencias a la mar,
en cantos de alegría, abrazos y rezos a Dios, a Alá.
Cielo y mar se unen en un hermoso azul allá en el horizonte,
en aguas inmensas y profundas rumbo a Lampedusa,
isla de entrada a tierras y desafíos para vivir y crecer en dignidad,
ahora en apretones, orines, sed, agobios, olor a humanidad amasada,
músculos tensos y agarrotados, en cuerpos húmedos, secos de ilusión
y almas asustadas que del pecho no quieren marchar,
en noche y olas que se acercan, nos envuelven, amenazan
y que, a ritmo de llantos, clamores, súplicas, vaivenes y agarrones,
lanzamos gritos de angustia y auxilio, en soledad de vida que se va.
Y como muchos, caí en el agua fría, sin entender nada, el por qué,
la razón de hundirme a mis veinte años en el baño de la muerte,
el adiós a la luz de la vida con tanta tarea por hacer y disfrutar,
después de pasar miserias, sinsabores y esos hermosos anhelos,
para abrir ilusionado las ventanas del futuro, en otra sociedad.
Sin respuesta me hundo, a pesar de mis esfuerzos y el duro bracear,
hasta que ya no siento el frío, ni siquiera el agua, ni mi cuerpo,
solamente preguntas por el sentido de mi muerte, el para qué de mi vida,
una plegaria sentida, serena, muy confiada a Dios, a Alá, y un adiós,
sí, adiós a mi entrañable paisaje africano, mi familia, mi bella Miriam.
Grano enterrado para dar fruto
Ayúdame a comprenderte
y orienta mi vida hacia ti,
dame la fuerza de aceptarme como grano,
grano enterrado para dar fruto.
Te espero muerte, pasaporte de la vida.
Sé que vienes cabalgando a toda prisa,
que apenas ya puedo esquivarte
y juegas con la cronología del tiempo,
con ese regate de la caducidad biológica, tu aliada.
Te espero muerte, pasaporte de la vida,
máscara de engaño y temores, rupturas y ausencias,
adornada de dolor y sufrimiento, preguntas y silencios:
pero sé que estás derrotada, que has sido vencida.
Te respeto, me interrogas y has estado muy cerca,
no me hago el valiente ante ti y quiero esquivarte,
no a cualquier precio, pero sí eligiendo la vida,
y con ella, traspasar tu propio umbral de muerte.
Llegarás con puntualidad porque nunca faltas a la cita,
pero si puedo, te esperaré, en duda confiada, sí, pero de frente,
caer en tu poder y decirte adiós, y en tus brazos,
entrar en la vida sin muerte, con el que es la Vida, y la da para siempre.
Gritos congelados y sin voz.
Jeremías 16, y el libro, El canto del pueblo judío asesinado, de Itsjok Katzenelson. Canto 1.
Introducción.
Es una oración sin explicación; me vino al alma, como la brisa levanta ante mí un papel que revolotea. Las dos lecturas, leídas casi simultáneas, de Jeremías, al que quiero dedicarle más tiempo, y el libro El canto del pueblo judío asesinado, de Katzenelson, hicieron en mí, la vinculación espontánea, casi natural.
Es una oración de rebeldía, donde mi participación se limita a entremezclar textualmente los escritos mutuos, aunque un tanto de forma aleatoria según me iban surgiendo internamente, como necesidad de unificación y sentido.
Es siempre la pregunta a Dios, del por qué los inocentes pagan con su dolor, el despropósito de los culpables. No creo en la literalidad del Dios cruel y vengador presentado por Jeremías en la Biblia, pero al mismo tiempo, es un relato de los textos sagrados que ha de tener un hondo significado para toda la humanidad, aunque nos cueste encontrar su sentido.
Alemanes y judíos, indios y colonizadores, inquisidores y librepensadores, africanos y colonos, demócratas y fanáticos, creyentes y ateos, víctimas del marxismo y del capital, criminales anónimos y los encumbrados... por mucho que nos pese y nos queramos engañar, es el mismo ser humano, el mismo gen contradictorio y sufriente en la condición humana.
Esta oración ¿Cómo y desde dónde rezarla o reflexionarla? He ahí la cuestión. La oración termina con los versos del inicio y del final del propio poema que he compuesto sin palabras mías, como un desafío radical entre Dios y el hombre víctima del dolor: a pesar de la promesa de muerte de Dios, el hombre se alza y se rebela con su canto: toma su violín y canta.
Yo lo leo también, como un mismo clamor del Dios que nos quiere decir algo, con lenguaje desde la experiencia humana del desprecio y el oprobio, infringido de unos contra otros, y a la vez, el mismo Dios víctima de ese desprecio, oprobio e infinito dolor, recibido en las entrañas humanas por la propia humanidad.
Volvemos otra vez a meditar, preguntarnos, ir más allá de lo que parece ser, desde ese silencio histórico de Dios (siempre que admitamos su existencia), ante la realidad de la cruz y el crucificado, también un judío, que suplicaba su inmediata intervención, no para sí solamente, sino para acabar con el dolor y la injusticia en el mundo.
Igualmente podemos pensar, que efectivamente, en aquella cruz moría definitivamente Dios, al menos el Dios intervencionista en la condición humana: se acabó, estamos solos.
Nos queda la opción, y es la más compleja, inquietante, difícil, hasta cierto punto absurda humanamente, de que en aquel crucificado y en todos los crucificados de la humanidad, estaba y está Dios. ¿Cómo entenderlo? No lo sé, pero es la opción que elijo como intento de vida y no solamente como respuesta teológica y racional.
Este es mi homenaje y consideración a todas las víctimas del Holocausto, de cualquier holocausto, aunque lo llamemos con otros nombres. «Sí... ¡tomo el violín y canto!»
El profeta Jeremías e Itsjok Katzenelson.
(En negrita, el Profeta Jeremías)
Todos morirán miserablemente,
sin que ni siquiera los lloren ni los sepulten.
¡Canta! Toma el violín vaciado y hueco
y arroja sobre sus delgadas cuerdas tus dedos,
pesados como corazones doloridos. Y canta el último canto
acerca de los últimos judíos en tierra europea.
Sus cadáveres se pudrirán sobre la tierra
y servirán de comida para las aves de rapiña y para las fieras.
¡Canta, canta! ¡Alza la voz, quebrada y dolorida, búscala!
Canta el último canto acerca del último judío;
vivió, murió, quedó insepulto y ya no existe más...
En adelante, no daré más mi paz a este pueblo,
ni le haré misericordia, ni le tendré compasión.
El horror me habita... Escucho un llanto a lo lejos...
¡Vengan todos, de Treblinka, de Sobibor, de Auschwitz;
vengan de Belzhitz, de Ponar, de todos lados...
vengan con ojos desorbitados, con gritos congelados y sin voz!
En ese país morirán grandes y chicos,
sin que los sepulten ni los lloren.
Se llevaron a mi mujer, a mi Ben Zion
y a mi pequeño Iome, un niñito.
Canta, canta todavía por última vez aquí en la tierra;
toma tu violín y canta por última vez:
¡Ya no hay más judíos! ¡Hasta el último han sido asesinados!
En este país ya no se harán cortes en el cuerpo,
ni se cortarán el pelo en homenaje a los muertos.
Tampoco se repartirá pan en los velorios,
ni se ofrecerá vino para consolar a los deudos.
Nadie servirá a los hijos la copa del consuelo
el día de la muerte de sus padres.
¡Yo quiero un escándalo, yo quiero un clamor dolorido,
quiero escuchar vuestra voz!
¡Oh pueblo mío, muéstrate, revélate ante mí, levanta tus manos
desde las profundas fosas, apretadas, espesas, de kilómetros de largo,
cubierto de cal e incinerado capa sobre capa!
¡Ponte en pie! ¡Levántate desde el último, desde el más profundo estrato!
Yavé de los Ejércitos, Dios de Israel, dice:
Haré desaparecer de este lugar, y ante tus propios ojos,
todo grito de alegría y de gozo,
y también los cantos de los novios.
Canta, canta... Levanta hacia las alturas tu mirada ciega
como si existiese un Dios allí, en los cielos...
como si aún pudiésemos esperar de allí alguna dicha.
¿Por qué nos amenaza Yavé con estas enormes desgracias?
¿Qué crimen o qué pecado hemos cometido contra Yavé, nuestro Dios?
Griten desde los hornos crematorios, hombres, mujeres y niños.
¡Grita, pueblo judío asesinado! ¡Deja que estalle tu grito!
Y no grites al cielo, te escucha tanto como la tierra, este basural;
y no clames al sol; es como hablarle a un muro...
¡Ah, si yo pudiese apagar el sol como se apaga una lámpara,
en esta desolada cueva de asesinos!
¡Tú brillabas más! ¡Tú eras más luminoso que el sol, pueblo mío!
Los voy a echar de este país
a otro que ni ustedes ni sus padres conocen...
¡Yo ya no les haré más caso!
Vengan, formen un círculo, cremados, resecos, triturados;
hagan una ronda a mi alrededor, una ronda enorme;
vengan, huesos judíos, desde el polvo, desde los panes de jabón,
abuelos, abuelas, madres con niños en los brazos.
Quiero verlos a todos, quiero mirarlos,
quiero echar una mirada muda sobre mi pueblo asesinado,
y voy a cantar... Sí... ¡tomo el violín y canto!
Todos morirán miserablemente,
sin que ni siquiera los lloren ni los sepulten.
Voy a cantar... Sí... ¡tomo el violín y canto!
Orando con la Iglesia.
Hazme instrumento de tu paz
Oración franciscana
Señor,
haz de mí un instrumento de tu paz.
Que allá donde hay ofensa, yo ponga el perdón.
Que allá donde hay error, yo ponga la verdad.
Que allá donde hay duda, yo ponga la Fe.
Que allá donde desesperación, yo ponga la esperanza.
Que allá donde hay tinieblas, yo ponga la luz.
Que allá donde hay tristeza, yo ponga la alegría.
Oh
Señor, que yo no busque tanto ser consolado, sino consolar,
ser comprendido, sino comprender,
ser amado, sino amar.
Porque es dándose como se recibe,
es olvidándose de sí mismo como uno se encuentra a sí mismo,
es perdonando, como se es perdonado,
es muriendo como se resucita a la vida eterna.
Amén.
Nada
te turbe
Santa Teresa de Jesús
Nada
te turbe,
nada te espante,
todo se pasa,
Dios no se muda.
La paciencia todo lo alcanza
quien a Dios tiene
nada le falta:
¡Solo Dios basta!
Benedictus
La Iglesia nos propone para el comienzo del día la oración del Benedictus:
Bendito sea el Señor, Dios de Israel,
porque ha visitado y redimido a su pueblo,
suscitándonos una fuerza de salvación
en la casa de David, su siervo,
según lo había predicho desde antiguo
por boca de sus santos Profetas.
Es la salvación que nos libra de nuestros
enemigos
y de la mano de todos los que nos odian;
realizando la misericordia
que tuvo con nuestros padres,
recordando su santa alianza
y el juramento que juró a nuestro padre Abrahán.
Para concedernos que, libres de temor,
arrancados de la mano de los enemigos,
le sirvamos con santidad y justicia,
en su presencia, todos nuestros días.
Y a ti, Niño, te llamarán profeta del
Altísimo,
porque irás delante del Señor
a preparar sus caminos,
anunciando a su pueblo la salvación,
el perdón de sus pecados.
Por la entrañable misericordia de
nuestro Dios,
nos visitará el sol que nace de lo alto,
para iluminar a los que viven en tinieblas
y en sombra de muerte,
para guiar nuestros pasos
por el camino de la paz.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al
Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.
La Salve
Dios te salve,
Reina y Madre de misericordia,
vida, dulzura y esperanza nuestra;
Dios te salve.
A Ti clamamos los desterrados
hijos de Eva;
a Ti suspiramos,
gimiendo y llorando,
en este valle de lágrimas.
Ea, pues, Señora,
abogada nuestra,
vuelve a nosotros esos tus ojos
misericordiosos,
y después de este destierro
muéstranos a Jesús,
fruto bendito de tu vientre.
¡Oh clemente, oh piadosa,
oh dulce Virgen María!
Ruega por nos Santa Madre de Dios.
Para que seamos dignos,
de alcanzar las promesas
de nuestro Señor Jesucristo. Amén.
Magnificat
Canto de la Virgen María
Proclama mi alma la grandeza del Señor,
se alegra mi espíritu en Dios mi Salvador,
porque ha mirado la humildad de su esclava.
Desde ahora me felicitarán todas las generaciones
porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí.
Su nombre es Santo
y su misericordia llega a sus fieles
de generación en generación.
Él hace proezas con su brazo,
dispersa a los soberbios de corazón.
Derriba del trono a los poderosos
y enaltece a los humildes.
A los hambrientos los colma de bienes
y a los ricos despide vacíos.
Auxilia a Israel su siervo,
acordándose de su santa alianza
según lo había prometido a nuestros padres
en favor de Abrahán y su descendencia por siempre.
Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo
como era en un principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.
Amén.
Salmo 118, 57-64
Mi porción es el Señor:
he resuelto guardar tus palabras;
de todo corazón busco tu favor:
ten piedad de mi según tu promesa;
los lazos de los malvados me envuelven,
Salmo 015a
Protégeme, Dios mío
Protégeme, Dios mío, que me refugio en ti.
Yo digo al Señor: tú eres mucho mejor que el dinero.
Estás muy por encima de la buena fama.
Tenerte a ti es mucho más deseable
que tener quien me respete,
me obedezca o me admire.
Eres, Dios mío, aun mejor que la buena salud.
Tú eres mi dueño y el mejor de los bienes.
Lejos de mí, Señor, arrodillarme ante el poder del dinero.
Lejos de mí adorar a los dioses que se veneran en la tierra.
Si no te tengo a ti, no tengo nada.
Yo digo al Señor: De las cosas del mundo
dame lo necesario para amarte, para amar a los hombres,
para amar la vida, para amar lo que tú amas
y acompasar mi corazón al tuyo.
Que, si te tengo a ti, lo tengo todo.
Tú tienes mi suerte en tus manos y mi destino en tu corazón.
Está es mi enorme fortuna,
mi herencia más que millonaria, Padre mío y de todos
los que se sienten felices en tu casa.
Tengo siempre presente al Señor.
Con él a mi derecha no vacilaré.
Con él en mis entrañas soy un poco divino,
hijo de Dios que me creó,
me ama y me protege con sus manos.
Por eso se me alegra el corazón,
se me alegra la vida y se me llena de luz.
Me enseñaras el camino de la vida sin término.
Me colmarás de gozo en tu presencia,
de alegría final a tu derecha,
en tu casa, en tu abrazo perpetuo.
Y en este abrazo que me das ya en la tierra,
mientras te digo, Padre,
con
toda la confianza de un hijo que acaba de aprender a hablar:
«Protégeme, Dios mío, que me refugio en ti».
"Este es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo."
(Jn 1: 29)
Padre
me pongo en tus manos
Charles de Foucauld
Padre,
me pongo en tus manos,
sea lo que sea, te doy las gracias.
Estoy dispuesto a todo,
lo acepto todo,
con tal que tu voluntad se cumpla en mí,
y en todas tus criaturas.
No deseo nada más, Padre.
Te
confío mi alma,
te la doy con todo el amor
de que soy capaz,
porque te amo.
Y necesito darme,
ponerme en tus manos sin medida,
con una infinita confianza,
porque Tú eres mi Padre.
Cántico
del Hermano Sol
San Francisco de Asís
Altísimo, omnipotente, buen Señor,
tuyas son las alabanzas, la gloria y el honor y toda bendición.
A ti
solo, Altísimo, corresponden,
y ningún hombre es digno de hacer de ti mención.
Loado
seas, mi Señor, con todas tus criaturas,
especialmente el señor hermano Sol,
el cual es día y por el cual nos alumbras.
Y él
es bello y radiante con gran esplendor,
de ti, Altísimo, lleva significación.
Loado
seas, mi Señor, por la hermana Luna y las Estrellas,
en el cielo las has formado luminosas y preciosas y bellas.
Loado
seas, mi Señor, por el hermano Viento,
y por el Aire y el Nublado y el Sereno y todo tiempo,
por el cual a tus criaturas das sustento.
Loado
seas, mi Señor, por la hermana Agua,
la cual es muy útil y humilde y preciosa y casta.
Loado
seas, mi Señor, por el hermano Fuego,
por el cual alumbras la noche,
y él es bello y alegre y robusto y fuerte.
Loado
seas, mi Señor, por nuestra hermana la madre Tierra,
la cual nos sustenta y gobierna,
y produce diversos frutos con coloridas flores y hierba.
Loado
seas, mi Señor, por aquellos que perdonan por tu amor,
y soportan enfermedad y tribulación.
Bienaventurados
aquellos que las soporten en paz,
porque por ti, Altísimo, coronados serán.
Loado
seas, mi Señor, por nuestra hermana la Muerte corporal,
de la cual ningún hombre viviente puede escapar.
¡Ay
de aquellos que mueran en pecado mortal!
Bienaventurados aquellos a quienes encuentre en tu santísima voluntad,
porque la muerte segunda no les hará mal.
Load
y bendecid a mi Señor,
dadle gracias y servidle con gran humildad.
¡Ven, Espíritu Divino!
Secuencia de Pentecostés
El himno mas antiguo al Espíritu Santo
Ven,
Espíritu Divino
manda tu luz desde el cielo.
Padre amoroso del pobre;
don, en tus dones espléndido;
luz que penetra las almas;
fuente del mayor consuelo.
Ven,
dulce huésped del alma,
descanso de nuestro esfuerzo,
tregua en el duro trabajo,
brisa en las horas de fuego,
gozo que enjuga las lágrimas
y reconforta en los duelos.
Entra hasta el fondo del alma,
divina luz y enriquécenos.
Mira el vacío del hombre,
si tú le faltas por dentro;
mira el poder del pecado,
cuando no envías tu aliento.
Riega la tierra en sequía,
sana el corazón enfermo,
lava las manchas, infunde
calor de vida en el hielo,
doma el espíritu indómito,
guía al que tuerce el sendero.
Reparte tus siete dones,
según la fe de tus siervos;
por tu bondad y tu gracia,
dale al esfuerzo su mérito;
salva al que busca salvarse
y danos tu gozo eterno. Amén.
Ángelus
V. El Ángel del Señor anunció a María,
R. Y concibió por obra del Espíritu Santo.
Avemaría.
V. He aquí la esclava del Señor.
R. Hágase en mi según tu palabra.
Avemaría.
V. Y el Verbo se hizo carne.
R. Y habitó entre nosotros.
Avemaría.
V. Ruega por nosotros, Santa Madre de Dios,
R. Para que seamos dignos de alcanzar las promesas de Nuestro Señor Jesucristo.
Oración
Te suplicamos, Señor, que derrames tu gracia
en nuestras almas para que los que, por el anuncio del Ángel, hemos conocido la
encarnación de tu Hijo Jesucristo, por su Pasión y Cruz seamos llevados a la
gloria de su Resurrección. Por el mismo Jesucristo Nuestro Señor. Amén.
Salmo 114, 1-4
Amo al Señor, porque escucha
mi voz suplicante,
porque inclina su oído hacia mí
el día que lo invoco.
Me envolvían redes de muerte,
me alcanzaron los lazos del abismo,
caí en tristeza y angustia.
Invoqué el nombre del Señor:
"Señor, salva mi vida."
Salmo 122
A ti levanto mis ojos,
a ti que habitas en el cielo.
Como están los ojos de los esclavos
fijos en las manos de sus señores,
como están los ojos de la esclava
fijos en las manos de su señora,
así́ están nuestros ojos en el Señor, Dios nuestro,
esperando en su misericordia.
Misericordia, Señor, misericordia,
que estamos saciados de desprecios;
nuestra alma está saciada
del sarcasmo de los satisfechos,
del desprecio de los orgullosos.
Salmo 022a
Señor Jesús, eres Amigo verdadero,
como el buen pastor que conoce a sus ovejas
y las llama por su nombre.
Eres fiel en tu amistad para conmigo y nada me falta,
porque tú estás a mi lado, aunque todos me abandonen;
porque tu perdón y tu gracia me acompañan siempre.
Me regalas con tus dones,
me alimentas con tu pan de vida;
me recreas en el gozo y la paz de tu Espíritu.
Me conduces, como buen pastor,
hacia las aguas de reposo,
y mi sed se siente reconfortada
en el agua viva de tu manantial.
Tú confortas mi alma,
cuando me faltan las fuerzas para el camino;
tú me guías por senderos de justicia,
como signo de tu amistad;
eres siempre fiel en mi camino,
y tu gracia fortalece mi pobreza.
Señor Jesús, eres siempre amigo verdadero,
como buen pastor, que sacrifica su vida
en defensa de su rebaño.
Aunque pase por valles tenebrosos,
ningún mal temeré porque tú siempre vas conmigo.
Nada temo a tu lado,
porque tu vara y tu cayado me sosiegan.
Contigo, nada me falta.
Tu palabra es la fuerza
que mantiene mi fe en la tiniebla;
tu Espíritu es el poder y la seguridad que aguanta mis dudas;
tu Espíritu es la luz
y el calor que animan mis pies cansados.
Eres Amigo verdadero, Señor Jesús, como el buen pastor,
que al venir el lobo no huye monte abajo;
tú estás siempre conmigo y defiendes mi causa con tesón
hasta que me sienta libre y restablecido en mis fuerzas.
Preparas, Amigo, para mí una mesa y te sientas a mi lado;
unges con óleo perfumado mi cabeza
como prueba de amistad sincera
y llenas del buen vino mi copa hasta rebosar.
Tu mesa, tu óleo, tu copa, son mi mesa, mi óleo y mi copa.
La dicha y la gracia de tu amistad,
Señor Jesús, pastor bueno,
me acompañará a lo largo de los días de mi vida.
Seré dichoso con tu fidelidad inquebrantable,
y tendré́ siempre la seguridad de tu amor hasta el extremo.
Mi morada, Señor, será la llaga de tu corazón abierto.
A lo largo de los días, creeré siempre en tu amor,
porque nadie tiene mayor amor
que el que da la vida por el amigo.
Tú eres, Señor Jesús, el Pastor bueno,
que guía hacia el aprisco su rebaño;
eres el amigo verdadero.
Ya nunca nos llamarás siervos.
Tú eres el amigo
que me ha dado a conocer
los secretos del corazón de Padre;
eres el amigo que ha salvado mi vida
dejándote colgar de la cruz.
Enséñame, Señor Jesús,
a dar mi vida por los que necesitan seguir viviendo;
enséname, Señor Jesús,
a permanecer fiel al lado del hermano que está solo.
Tú eres la puerta
que abre camino hacia el corazón del Padre:
guíame,
Amigo,
y condúceme hacia las aguas tranquilas de tu Reino.