Historia

Hacia 1352 una expedición de marinos catalanes-mallorquines llevó a un grupo de frailes a las costas de Gran Canaria, donde establecieron varias misiones, Las Palmas, Arguineguín y La Aldea.
En La Aldea, la misión mallorquina debió nuclearse en torno a una ermita en la playa, en una oquedad de la roca probablemente en torno al Roque. Allí colocaron una imagen muy tosca de San Nicolás de Tolentino. Sorprende que aquellos frailes, eligieran por advocación a un santo agustino aún no canonizado; la explicación más probable es que éste infundía mucha devoción entre los navegantes del mediterráneo.
Las misiones de los frailes mallorquines en Gran Canaria fracasaron en el intento de apostolado de los antiguos canarios. La ermita de San Nicolás de Tolentino quedaría abandonada. Nada se conoce de la actividad desarrollada por estos frailes en La Aldea. Ciento treinta años después se produjo la conquista de Gran Canaria y la lenta colonización del valle que se denominó La Aldea de San Nicolás.
El 07 de octubre de 1582, desde la parroquia de Agaete, el obispo Hernando de Rueda ordenó el traslado de la ermita hacia el fondo del valle. Esta segunda ermita, de reducidas dimensiones, fue abandonada quizás a mediados del siglo XVII, tras la construcción de otra mayor, muy cerca de la segunda ermita.
Esta tercera ermita situada en el espacio del actual templo parroquial, sería ampliada en 1700 y convertida luego en la iglesia parroquial de San Nicolás de Tolentino, cuya estructura, con alguna reforma, perduró hasta 1960. Estaba atendida, en la segunda mitad del siglo XVII, por frailes del convento de Gáldar, y quedó bajo la nueva jurisdicción pastoral de Tejeda.
A partir de septiembre de 1734 se colocó el Santísimo, por autorización del obispo Dávila y comenzaron los oficios de bautismos y defunciones como si de una parroquia se tratara, aunque mantenía la dependencia de la jurisdicción de Tejeda.
A lo largo del siglo XVIII y principios del XIX, La Aldea se consolida como un ente político, económico y parroquial definido. En 1742 el obispo Juan Francisco Guillén fue el Primer prelado en visitar La Aldea y en convertirla en ayuda de Parroquia. El pueblo le dispensó un apoteósico recibimiento.
En el último cuarto del siglo XVIII se generaron muchos conflictos sociales en el pueblo de La Aldea, en parte de los cuales se vio implicada la parroquia de San Nicolás a través de los curas, mayordomos y sacristanes, que hicieron causa común con los vecinos. A principios de la década de 1780 se reinicia el ya viejo Pleito de La Aldea bajo la dirección del sacristán y mayordomo parroquial Manuel Araujo.
El 10 de marzo de 1783, el obispo fray Joaquín de Herrera concedía definitivamente el título de parroquia de San Nicolás de Tolentino, sin ninguna vinculación de patronazgo con la Casa de Nava y Grimón.
La implicación más fuerte de la Parroquia en el Pleito de La Aldea, hasta aquel momento, se produce en el motín de septiembre de 1808, cuando los aldeanos despojan al marqués de todas sus propiedades. En aquellos momentos, Canarias atravesaba por una gravísima crisis a consecuencia de la invasión de Napoleón en España y los aldeanos aprovecharon la ocasión para amotinarse. La revuelta se había iniciado la noche del día 10 de septiembre, Día de San Nicolás, con toque de campanas a arrebato y continuó en los días siguientes.
A través de los valiosos documentos parroquiales podemos estudiar la sociedad de siglo XVIII, con una población de bajísimo nivel de instrucción, alto índice de consanguinidad y mediatizada por temores al más allá; por el curanderismo, la brujería...
Los obispos canarios del último cuarto del siglo XVIII, de ideas ilustradas, dejan constancia, en sus visitas y mandatos su preocupación por aquellas creencias y prácticas paranormales, aunque manifiesten la rigidez de la moral en cuanto a las relaciones sociales. Por la relevancia que ha tenido en el desarrollo de la Fiesta del Charco, destacamos la advertencia que hace el prelado Delgado y Venegas en aquel año de 1766, para regular el desarrollo de la Fiesta del Charco, primer documento que tenemos de nuestra emblemática costumbre festiva.